Tengo algo que confesarte, grabé un video de tu sala, siempre me gustó esa planta colgante interior sobre la esquina derecha. Fue un momento que fuiste al baño creo, cuando estábamos los dos escogiendo música en tu computadora. Me mostraste un par de bandas nuevas, yo te hice escuchar el último cover a una canción de Foo Fighters y te hablé sobre Storyteller que leí este año. Tenía la libertad de poner música, me dijiste que lo haga, que querías que tu algoritmo de Spotify se mezcle con el de tus amigos. Lo sentí, por un breve momento lo sentí, eso de descubrirse, de estar los dos hablando, riendo, compartiendo un poco más de intimidad. Siempre hubo un deseo ulterior para el fin de la velada, al menos de mi parte ¡que ganas te tenía!, pero no era solo esperar a que al final de la noche pase o no algo más… era el momento mientras yo reía y tu también, que me hagas bromas y me digas que en esa casa no se podía apoyar a Chile en el partido versus Ecuador. Era que ni tú, ni yo queríamos que el tiempo juntos cese, que las horas pasaron y no nos dimos cuenta. Y mientras fuiste al baño puse La trama y el desenlace de Drexler. En ese momento mire a mi alrededor y grabé el video, una botella de cerveza Siembra en la mesa de palets, la funda vacía de papas fritas que compramos, el par de vasos de cerveza. Confieso que me adelanté un poco, me imaginé varias tardes y noches ahí. Me imagine acariciando aceras, como el domingo después de nuestro encuentro antes del día del partido.
Te confieso también que me encantó mandar ese mensaje, el de “quieres venir a tomar cervezas y escuchar música en pijama”, no sé porqué se me ocurrió, pero no es una invitación que se hace a cualquiera y lo sabía. Me encantó escuchar música y hablar, me encantó que esa era la dinámica entre nosotros. Me encantó ese par de veces que te vi lleno de deseo, cuando casi rompes el tirante de la blusa, eso no era algo que normalmente veía en ti. Cuanto cogíamos era de alguna forma porque las cosas estaban acomodadas para ello, porque estábamos acostados juntos en la misma cama por ejemplo, pero en aquella ocasión comenzamos a besarnos en tu sofá, teníamos pocas horas porque al día siguiente trabajabas temprano, lo recomendable era que no pase nada, pero seguiste, sonó la blusa como que se iba a romper, me preguntaste qué quería, finalmente era mi decisión, y yo lo que quería era a ti. Lo que aún quiero es a ti.
El after Quito Fest del domingo fue otro momento. Te confieso también que creo que hay mucho de pasado en compartir contigo, hace años que no bajaba a pie del Itchimbia bebiendo un canelazo. Sé que hubo un poco de nostalgia y recuerdos de tantos años antes con los otros panas, con lluvia, comprando cervezas en el camino mientras bajamos la cuesta a pie y tú me recordabas mucho a ellos (incluso porque eran nuestros amigos en común), me recordabas mucho a mi en esa época. Cuando con el primer trago de canelazo dijiste “Esto sabe a Fiestas de Quito” y que fue algo que se me cruzó por la mente también. Incluso durante el concierto volvieron memorias. Nos acercamos al escenario, llenamos de lodo nuestros zapatos, hablamos de la banda, me explicaste como en el metal las baterías tienen dos bombos. Cuando comenzó el pogo me dijiste si quería cambiarme de puesto, no quería, te pusiste delante de mí para protegerme, aun así un par de borrachos me empujaron cuando pasaron corriendo a meterse al tumulto que se golpeaba en círculos con la banda tocando en el fondo. Todo bien, no le tengo ya mas miedo a los pogos, que a que me rompan el corazón. Te sostuve la cintura mientras estabas frente a mí, me encanta que seas más alto que yo. Esa mujer de ahí era la de hace 15 años en un concierto, quizás en el mismo lugar, cantando a todo volumen, viviendo, siendo libre.
Te confieso también que me heriste profundamente y que ayer me tomé algunos tragos pensando en ti. Que esa intimidad que estábamos construyendo, que esa tarde en la cervecería Bandidos de Páramo (que es por cierto, mi favorita) con un par de stouts hablando de como nos vemos en el futuro individualmente, de la poca esperanza que quedaba en algunos temas de la vida, que quizás compensaban otros, haciéndonos esas preguntas diferentes, raras, ligeras y profundas, no haya significado nada para ti. Que esa noche que te invité a cenar, preparaste jugo en mi cocina, me dijiste que no te querías mudar del departamento que estás porque “tus amigos y yo” te quedamos cerca, nos vi cocinando juntos muchas veces más. Nos vi sirviendo la mesa juntos varias veces más, mezclando el jugo con ron y convirtiéndolo en daiquiris, contándote ahí sobre mi época de mesera y bartender donde aprendí a preparar ese y otros cocteles, haciendo conversación desde libros hasta política.
No te confundas, no creo que seas el “amor de mi vida” hace mucho que ya no creo en eso, pero si me imaginaba que esas ocasiones podrían ser frecuentes, que de gustarnos podríamos (si a los dos nos nacía) querernos después. Que podríamos visitarnos, amanecernos y comer (nos). Te confieso que mientras yo disfrutaba verte seguido, me heriste al decir que para ti era algo “incómodo”, que lo digas tan libremente, sin pensar que eso rompe un poco el corazón. Que quería que disfrutes de mi compañía, como yo de la tuya, que me hayas hecho sentir que fuiste «obligado». Te confieso que nuestra historia de “conocidos” tiene unos 6 o 7 años quizás pero que ahora por primera vez te vi de cerca, te escuché, aprendí de ti, y que no volvería jamás a ser tu “conocida” porque ya no quería eso. Desde mis ahora 39 años era diferente lo que veía ahora y me gustaba.
Te confieso que cuando no quisiste que exista una última ocasión para hablar, a pesar de ser tú mismo el que veía “necesaria una conversación”, que cuando esperaste que yo sea la de la iniciativa para vernos y aclarar las cosas, me dolió. Me dolió que puedas decirme con completo desprendimiento y desinterés a mis emociones lo que sentías y lo dejaste como un ultimátum, o quería eso o simplemente se quedaba esto ahí y alejarte para ti era la cosa más fácil del mundo, que todo esto se haya dicho por un triste mensaje de WhatsApp. Te confieso que me dolió no verte el rostro o abrazarte por una última vez en una reunión (que ya viendo cómo te estabas portando, era en realidad innecesaria). Te confieso que no sé si esto de haber seguido hubiera tenido un final feliz o triste, igual hubiera requerido que pasemos varias noches juntos durmiendo, y eso era algo a lo que aparentemente “no estabas acostumbrado”, pero que nos veía existiendo juntos en algunos escenarios y que estaba amando la trama y tú te adelantaste al desenlace.